12.- LAS MENTIRAS Y EL SISTEMA NERVIOSO AUTÓNOMO

LAS MENTIRAS Y EL SISTEMA NERVIOSO AUTÓNOMO
Hasta ahora hemos examinado las acciones corporales producidas por los músculos esqueléticos. También el sistema nervioso autónomo (SNA), o gran simpático, que regula las funciones vegetativas, da lugar a cambios notorios en el cuerpo cuando hay una activación emocional: en el ritmo respiratorio, en la frecuencia con que se traga saliva, en el sudor. (Los cambios producidos por el SNA que se registran en el rostro —como el rubor, el empalidecimiento y la dilatación de las pupilas). Estas alteraciones se caracterizan por producirse involuntariamente cuando hay alguna emoción, ser muy difíciles de inhibir y, por esto mismo, muy confiables como indicios del engaño.

El detector eléctrico de mentiras o polígrafo mide estas alteraciones derivadas del SNA, pero muchas de ellas son visibles y no exigen el uso de ningún aparato especial. Si un mentiroso tiene miedo, rabia, culpa o vergüenza, o si se siente particularmente excitado o angustiado, se incrementará su ritmo respiratorio, se alzará su caja torácica, tragará saliva con frecuencia y podrá verse u olerse su sudor. Durante décadas los psicólogos no han logrado ponerse de acuerdo sobre si a cada emoción le corresponde un conjunto bien definido de estos cambios corporales. La mayoría piensa que no: creen que sea cual fuere la emoción suscitada, el sujeto respirará más rápido, sudará y tragará saliva. Sostienen que los cambios en el funcionamiento del SNA marcan la intensidad de una emoción pero no nos dicen cuál es. Esta opinión contradice la experiencia de casi todos. Por ejemplo, las personas sienten sensaciones corporales distintas cuando están con miedo o cuando están con rabia. Según numerosos psicólogos, esto se debe a que interpretan en forma diferente el mismo conjunto de sensaciones corporales si tienen miedo o si tienen rabia, y no prueba que en sí misma varíe la actividad del SNA en uno u otro caso.

Mi investigación más reciente pone en tela de juicio este punto de vista. Si estoy en lo cierto y las alteraciones del SNA no son las mismas para todas las emociones sino que son específicas de cada una de ellas, esto podría tener gran importancia para detectar mentiras. Significaría que el cazador de mentiras podría descubrir, ya sea por medio del polígrafo o incluso hasta cierto punto, con sólo observar y escuchar al sospechoso, no sólo si éste siente alguna emoción en determinado momento, sino cuál siente: ¿está temeroso o enojado, siente tristeza o repulsión? Como explicaremos a continuación, esta información también puede obtenerse a partir de su rostro, pero las personas son capaces de inhibir gran parte de sus signos faciales, en tanto que el funcionamiento del SNA está mucho menos sujeto a la propia censura.

Hasta ahora sólo hemos dado a conocer una investigación sobre esto, y hay eminentes psicólogos que discrepan con nuestras afirmaciones. Se ha dicho que nuestros hallazgos son controvertibles, que no están bien fundamenta dos; pero entiendo que los datos que ofrecemos son sólidos y con el tiempo creo que serán aceptados por la comunidad científica.

La técnica para obtener muestras de emociones que cuenta con mayor popularidad ha sido la de pedir al sujeto que recuerde o imagine algo que le provoque miedo, por ejemplo. Digamos que el sujeto imagina que lo asaltan en la calle. El científico debe cerciorar de que además del miedo el individuo no siente algo d enojo contra el asaltante, o contra sí mismo por haber tenido miedo por haber sido tan estúpido como para no tomar en cuenta que corría peligro de ser asaltado.

El mismo riesgo de que haya mezcla de diversas emociones en vez de emociones puras se presenta con todas las otras técnicas que tienden a suscitar emociones. Imaginemos que el científico ha resuelto suscitar miedo en el sujeto proyectándole una escena de la película de horror Psicosis, dirigida por Alfred Hitchcock, en la cual Tony Perkins ataca por sorpresa a Janet Leigh con un cuchillo cuando ella se está duchando. El sujeto podría sentir rabia hacia el científico por el terror que le quiere infundir, o hacia sí mismo por sentirlo, o hacia Tony Perkins por atacar a Janet Leigh; o la sangre que corre podría provocar su repulsa, o la acción misma dejarlo estupefacto, o angustiarse ante el sufrimiento de la actriz, etc. Repito: no es fácil pensar en un procedimiento por el cual pudieran extraerse muestras de emociones puras. La mayoría de los que estudiaron las alteraciones producidas por el SNA han supuesto (incorrectamente, a mi entender), que los sujetos efectivamente hacían lo que ellos le pedían en el momento en que se lo pedían, y podían producir sin dificultad las muestras de emociones puras desea das. No tomaban ninguna medida para verificar o garantizar que esas muestras fuesen realmente puras.

El segundo problema deriva de la necesidad ya mencionada de obtener estas reacciones en un laboratorio, y es una consecuencia de los efectos de la tecnología empleada en las investigaciones. La mayoría de los sujetos se cohíben al atravesar la puerta del cuarto experimental, cuando piensan en lo que harán con ellos, y esta cohibición aumenta más aún después. Para medir la actividad del SNA es preciso conectar cables a distintos lugares del cuerpo del sujeto; el solo hecho de controlar la respiración, el ritmo cardíaco, la temperatura de la piel y el sudor requiere muchas conexiones de ese tipo. A la mayor parte de los individuos les desagrada estar ahí preso de los cables, con los científicos que escrutan lo que ocurre en su cuerpo y a menudo con cámaras cinematográficas que registran toda alteración visible frente a ellos. Este desagrado o molestia es también una emoción, y en caso de generar alguna actividad en el SNA, los cambios producidos por ésta teñirán toda la muestra de emociones que el científico procura obtener. Quizá suponga, en un momento dado, que el sujeto está recordando un hecho temible, y en otro momento un suceso capaz de enfurecerlo, cuando lo que ocurre en realidad es que en ambos recuerdos el sujeto se ha sentido molesto. Ningún investigador ha tomado las medidas para reducir ese sentimiento de desagrado, ninguno ha verifica do que no arruinará sus muestras de emociones puras.

Mis colegas y yo suprimimos la molestia de los sujetos seleccionándolos entre actores profesionales. Los actores están habituados a ser examinados y escrutados, y no les molesta que el público observe cada uno de sus movimientos. En vez de sentirse molestos por ello, más bien les gusta la idea de que se conecten cables a su cuerpo para inspeccionar cómo funcionan por dentro. El hecho de examinar a actores nos resolvió asimismo el primer problema: la obtención de muestras de emociones puras. Pudimos aprovechar la experiencia reunida por estos actores durante años en la técnica de Stanislavski, que los vuelve diestros en el recuerdo y reaviva las emociones, técnica que los actores practican a fin de utilizar sus recuerdos sensoriales cuando les toca representar un papel en particular. En nuestro experimento, les pedimos a los actores, mientras estaban los cables conectados y las cámaras enfocando a su rostro, que recordasen y reviviesen, lo más intensamente posible, un momento en que hubieran sentido el mayor enojo de toda su vida; después, el momento de mayor temor, el de mayor tristeza, sorpresa, felicidad y repulsión. Si bien esta técnica ya había sido empleada anteriormente por otros científicos, pensábamos que nosotros teníamos más posibilidades de lograr éxito justamente por utilizar actores profesionales que no se sentían molestos. Además, no dimos por sentado que iban a hacer lo que les pedíamos; verificamos haber obtenido muestras puras y no una mezcla de emociones. Después de cada una de sus remembranzas, les pedimos calificar la intensidad con que habían sentido la emoción requerida, y si habían sentido simultáneamente alguna otra. Los casos en que daban cuenta de haber vivenciado alguna otra emoción casi con igual intensidad que la requerida no fueron incluidos en la muestra.

Este estudio de los actores nos facilitó la puesta a prueba de una segunda técnica para la obtención de muestras de emoción puras, nunca empleada antes. La descubrimos por casualidad años antes, en el curso de otro estudio. A fin de aprender el mecanismo de las expresiones faciales (o sea, cuáles son los músculos que generan tal o cual expresión), mis colegas y yo reprodujimos y filmamos sistemáticamente miles de expresiones, analizando luego de qué manera cambiaba el semblante la combinación de ciertos movimientos musculares. Para nuestra sorpresa, cuando ejecutábamos las acciones musculares vinculadas a una cierta emoción sentíamos de pronto cambios en el cuerpo, debidos a la activación del SNA. No teníamos motivos para suponer que la actividad deliberada de los músculos faciales pudiera provocar cambios involuntarios por obra del SNA, pero lo cierto es que así fue, una y otra vez. Sin embargo, todavía no habíamos averiguado si la actividad del SNA difería para cada conjunto de movimientos de los músculos faciales. En el caso de nuestros actores, les dijimos qué músculos debían mover exactamente; les dimos seis tipos de consignas distintas, una para cada emoción por investigar. Al no sentirse molestos por efectuar esas expresiones a petición nuestra ni por ser observados mientras las realizaban, cumplieron fácilmente con la solicitud. Pero tampoco en este caso confiamos en que hubieran producido muestras puras; filmamos en vídeo sus actuaciones faciales y solamente empleamos aquellas en las que las mediciones de la cinta de vídeo mostraban que, en efecto, habían producido el conjunto de acciones faciales que se les había pedido.

Nuestro experimento proporcionó sólidas pruebas de que la actividad del SNA no es la misma para todas las emociones. Las alteraciones en el ritmo cardíaco, la temperatura de la piel y el sudor (que son las tres únicas variables que medimos) no son iguales. Por ejemplo, tanto cuando los actores reprodujeron los movimientos musculares del enojo como los del temor (y recuérdese que no se les había pedido mostrar esas emociones, sino sólo efectuar las acciones musculares específicas) su ritmo cardíaco aumentó, pero el efecto sobre la temperatura de la piel no fue el mismo en ambos casos: su piel se calentó con el enojo y se enfrió con el temor. Repetimos la experiencia con distintos sujetos y obtuvimos iguales resultados.

En caso de que estos resultados se mantuviesen cuando otros científicos repitan el experimento en sus laboratorios, podrían introducir una variante en lo que el cazador de mentiras trata de averiguar con el polígrafo. En vez de tratar de saber si el sospechoso tiene alguna emoción, podría averiguar cuál midiendo varias acciones dependientes del SNA. Aunque no se contase con el polígrafo, con sólo observar un cazador de mentiras sería capaz de notar cambios en el ritmo respiratorio o bien en el grado de sudor que le facilitasen discernir la acción de emociones bien precisas.

Si bien las palabras están hechas para inventar, a nadie (sea mentiroso o veraz) le resulta fácil describir con ellas las emociones. Sólo un poeta es capaz de transmitir todos los matices que revela una expresión. Manifestar en palabras un sentimiento propio que no existe puede no ser más difícil que manifestar uno real: por lo común, en ninguno de estos dos casos uno será lo bastante elocuente, sutil o convincente. Lo que confiere significado a la descripción verbal de una emoción es la voz, la expresión facial, el cuerpo. Sospecho que casi todo el mundo puede simular con la voz enojo, miedo, desazón, felicidad, repulsa o sorpresa lo bastante bien como para engañar a los demás. Ocultar los cambios que sobrevienen en el sonido de la voz cuando se siente estas emociones es arduo, pero no lo es tanto inventarlos. Es probable que la voz sea la que engañe a la mayoría de la gente.

Algunas de las alteraciones provocadas por el SNA son fácilmente falseables. Cuesta ocultar los signos emocionales presentes en la respiración o en el acto de tragar saliva, mientras que falsear esos mismos signos no exige un adiestramiento especial: basta respirar más agitadamente o tragar saliva más a menudo. El sudor es otra cuestión: cuesta tanto ocultarlo como falsearlo. Un mentiroso podría recurrir a la respiración y al acto de tragar saliva como medio de transmitir la falsa impresión de estar sintiendo una emoción negativa; sin embargo, mi suposición es que pocos lo hacen.

También se pensaría que un mentiroso podría aumentar el número de sus manipulaciones para parecer incómodo o molesto, pero es probable que la mayoría de los mentirosos no se acuerden de esto. Precisamente la ausencia de estas manipulaciones, fácilmente ejecutables, puede traicionar la mentira que se esconde en la afirmación —convincente en todos los demás aspectos— de que uno siente miedo o congoja.

Podrían fingirse ilustraciones (aunque posiblemente sin mucho éxito) para crear la impresión de un interés y entusiasmo inexistentes por lo que dice otro. Artículos periodísticos comentaron que tanto el ex presidente norteamericano Nixon como el ex presidente Ford recibieron instrucción especial a fin de aumentar su uso de ilustraciones; pero viéndolos actuar en televisión, pensé que ese aprendizaje los había llevado a parecer a menudo falsos. No es sencillo soltar una ilustración en el momento preciso en que la exigen las palabras que se están diciendo; suele adelantarse o retrasarse demasiado, o durar un tiempo excesivo. Es como tratar de aprender a esquiar pensando en cada movimiento sucesivo a medida que se ejecuta: la coordinación resulta deficiente... y eso se nota. (Volver al Indice)

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