13.- MÁS INDICIOS SOBRE EL ACTO DE MENTIR

MÁS INDICIOS SOBRE EL ACTO DE MENTIR
He descrito indicios de conducta que pueden autodelatar información ocultada, indicar que el sujeto no ha preparado bien su estrategia o traicionar una emoción que no se ajusta a ésta.

Los deslices verbales, los deslices emblemáticos y las pero ratas enardecidas pueden dejar traslucir información ocultada de cualquier índole: emociones, acontecimientos del pasado, planes o intenciones, fantasías, ideas actuales, etc.

El lenguaje evasivo y los circunloquios, las pausas, las repeticiones de palabras o fragmentos de palabras y otros errores cometido al hablar, así como la disminución en la cantidad de ilustraciones, pueden señalar que el hablante no pone mucho cuidado en lo que dice, por no haberse preparado de antemano. Son signos de la presencia de alguna emoción negativa. Las ilustraciones menguan también con el aburrimiento.

El tono más agudo de la voz, así como el mayor volumen y velocidad del habla, acompañan al temor, la rabia y quizás a la excitación o entusiasmo. Se producen las alteraciones opuestas con la triste a y tal vez con el sentimiento de culpa.

Los cambios notorios en la respiración o el sudor, el hecho de tragarse con frecuencia o de tener la boca muy seca, son signos de emociones intensas, y es posible que en el futuro se pueda averiguar, a partir de la pauta correspondiente a estas alteraciones, a qué emoción pertenecen.

El rostro puede constituir una fuente de información valiosa para el cazador de mentiras, porque es capaz de mentir y decir la verdad, y a menudo hace ambas cosas al mismo tiempo. El rostro suele contener un doble mensaje: por un lado, lo que el mentiroso quiere mostrar; por el otro, lo que quiere ocultar. Ciertas expresiones faciales están al servicio de la mentira, proporcionando información que no es veraz, pero otras la traicionan porque tienen aspecto de falsas y los sentimientos se filtran pese al deseo de ocultarlos. En un momento dado, habrá una expresión falsa pero convincente, que al momento siguiente será sucedida por expresiones ocultadas que se autodelatan. Hasta es posible que lo genuino y lo falso aparezcan, en distintas partes del rostro, dentro de una expresión combinada única. Creo que el motivo de que la mayoría de la gente sea incapaz de detectar mentiras en el rostro de los demás se debe a que no sabe cómo discriminar lo genuino de lo falso.

Las expresiones auténticamente sentidas de una emoción tienen lugar a raíz de que las acciones faciales pueden producirse de forma involuntaria, sin pensarlo ni proponérselo; las falsas, a raíz de que existe un control voluntario del semblante que le permite a la gente coartar lo auténtico y presumir lo falso. La cara es un sistema dual en el que aparecen expresiones elegidas deliberadamente y otras que surgen de forma espontánea, a veces sin que la persona se dé cuenta siquiera. Entre lo voluntario y lo involuntario hay un territorio intermedio ocupado por expresiones aprendidas en el pasado pero que han llegado a operar automáticamente, sin ser elegidas cada vez o incluso a pesar de cualquier elección, y en el caso típico sin que se tenga conciencia de ello. Ejemplos de esto son los manierismos faciales y los hábitos inveterados que indican cómo manejar ciertas facciones (por ejemplo, los hábitos que impiden mostrar enojo delante de las figuras de autoridad). Aquí me interesan, sin embargo, las expresiones falsas voluntarias y deliberadas, que se muestran como parte de un esfuerzo por desorientar al otro, y las expresiones emocionales espontáneas e involuntarias que de vez en cuando delatan los sentimientos del mentiroso pese a su afán de ocultarlas.

Pero, como he dicho, el rostro no es puramente un sistema de señales emocionales involuntarias. Ya en los primeros años de vida los niños aprenden a controlar alguna de sus expresiones faciales, ocultando así sus verdaderos sentimientos y fingiendo otros falsos. Los padres se lo enseñan con el ejemplo y, más directamente, con frases del tipo de: “No pongas esa cara de enfadado”; “¿No sonríes a tu tía que te ha traído un regalo?”; “¿qué te pasa que tienes esa cara de aburrimiento?”.

A medida que crecen, las personas aprenden tan bien las reglas de exhibición que éstas se convierten en hábitos muy arraigados. Después de un tiempo, muchas de esas reglas destinadas al control de la expresión emocional llegan a operar de manera automática, modulando las expresiones sin necesidad de elegirlas o incluso sin percatarse de ellas. Aunque un individuo sea consciente de sus reglas de exhibición, no siempre le es posible —y por cierto nunca le es fácil— detener su funcionamiento. Una vez que se implanta un hábito, y opera automáticamente sin necesidad de tomar conciencia de él, es muy difícil anularlo. Creo que posiblemente los hábitos que más cuesta desarraigar son los vinculados al control de las emociones, o sea, las reglas de exhibición.

Son estas reglas, algunas de las cuales varían de una cultura a otra, las que provocan en los viajeros la impresión de que las expresiones faciales no son universales. He notado que los japoneses, al serles proyectadas películas cinematográficas que les despertaban diversas emociones, no las expresaban de manera distinta a los norteamericanos si estaban a solas; en cambio, si había otra persona presente mientras veían la película (y en particular si era una persona dotada de autoridad), se atenían, en medida mucho mayor que los norteamericanos, a reglas de exhibición que los llevaban a enmascarar toda expresión de emociones negativas con una sonrisa diplomática.

Además de estos mecanismos de control habitual automático de las expresiones faciales, las personas pueden elegir de forma deliberada y a conciencia (y a menudo lo hacen) censurar la expresión de sus sentimientos auténticos o falsear la de una emoción que no sienten. La mayoría tiene éxito en algunos de sus engaños faciales. Todos podemos recordar, sin duda, alguna vez que nos desorientó completamente la expresión de alguien, aunque también casi todos hemos tenido la experiencia opuesta, a saber, la de darnos cuenta de que lo que estaba diciendo alguien era falso tan sólo por la mirada que tenía en ese momento. ¿Qué pareja no recordará un caso en que uno de ellos vio en la cara del otro una emoción (por lo general, ira o temor) de la que el otro no tenía conciencia, y aun negaba sentir? La mayoría de la gente se cree capaz de detectar las expresiones falsas; nuestra investigación ha demostrado que la mayoría no lo es.

Hay miles de expresiones faciales diferentes. Muchas no tienen relación con ninguna emoción. Un gran número de ellas son, como señales de la conversación; al igual que las ilustraciones mediante movimientos corporales, estas señales sirven para destacar ciertos aspectos del discurso o incluso como signos sintácticos (por ejemplo, como signos de interrogación o de exclamación faciales). También existen algunos emblemas faciales: el guiño, las cejas alzadas —párpado superior fláccido— labios cerrados en forma de U invertida como señal de ignorancia equivalente a encogerse de hombros, el escepticismo evidenciado en una sola ceja alzada... para nombrar sólo unos pocos. También existen manipulaciones faciales: morderse el labio, o chupárselo, o secárselo con la punta de la lengua, inflar los carrillos Están, en fin, las expresiones emocionales propiamente dichas, verdaderas y falsas.

No hay una expresión única para cada emoción sino decenas de expresiones, y en algunos casos centenares. Cada emoción cuenta con una familia de expresiones visiblemente distintas una de otra. Y esto no debe sorprender: a cada una no le corresponde un solo sentimiento o experiencia, sino toda una familia. Considérese el caso de la familia de las experiencias de ira; ésta puede variar en los siguientes aspectos

• intensidad, desde el fastidio hasta la furia;

• grado de control, desde la ira explosiva hasta el enfado;

• tiempo de arranque, desde la irascibilidad de quienes pierden la calma en un instante, hasta los que arden a fuego lento;

• tiempo de descarga, desde la descarga inmediata hasta la descarga prolongada;

• temperatura, de caliente a fría;

• autenticidad, desde la cólera real hasta el enojo fingido que muestra un padre arrobado ante las encantadoras travesuras de su hijo.

La familia de la ira crecería más aún si se incluyesen las fusiones entre ella y otras emociones —por ejemplo, la ira gozosa, la culpable, la puritana, la desdeñosa—.

Las microexpresiones son expresiones emocionales que abarcan todo el rostro y duran apenas una fracción de lo que duraría la misma expresión en condiciones normales, como si se la hubiese comprimido en el tiempo; son tan veloces que por lo general no se las ve.

Tanto las microexpresiones como las expresiones abortadas están sujetas a los dos inconvenientes que dificultan la interpretación de la mayoría de los indicios del engaño. Recordemos, de la sección anterior, el riesgo de Brokaw, en el cual el cazador de mentiras no tiene en cuenta las diferencias individuales en la expresión emocional. Dado que no todos los que ocultan emociones van a presentar una microexpresión o una expresión abortada, su ausencia no es indicio de verdad. Hay diferencias individuales en el control de la expresión, y algunos individuos —los que he llamado “mentirosos naturales”— la dominan a la perfección. El segundo inconveniente es el que he llamado el error de Otelo: no advertir que ciertas personas veraces se ponen nerviosas o emotivas cuando alguien sospecha que mienten. Para evitarlo, el cazador de mentiras debe entender que aunque alguien manifieste una microexpresión o una expresión abortada, ello no basta para asegurar que miente. Casi cualquiera de las emociones delatadas por éstas puede sentirlas también un inocente que no quiere que se sepa que tiene dichos sentimientos. Una persona inocente tal vez tenga miedo de que no le crean, o sienta culpa por alguna otra cosa, o enojo o fuerte disgusto por una acusación injusta, o le encante la posibilidad que se le ofrece de demostrar que su acusador está equivocado o esté sorprendida por los cargos que se le hacen, etc. Si esta persona desea ocultar uno de estos sentimientos, podría producirse una microexpresión o una expresión abortada. En el próximo capítulo nos ocuparemos de estos problemas de interpretación de las “micros” y de las expresiones abortadas.

Sentimos tanto rechazo hacia las mentiras que parecería un error de mi parte llamar “mentiroso” a una persona respetable; pero como ya expliqué, no utilizo este término con sentido peyorativo, y como explicaré más adelante, creo que algunos mentirosos tienen la razón moral de su parte.

En ocasiones, con gente que no era capaz de representar los movimientos solicitados, yo les pedía que utilizasen la técnica de Stanislavski, reviviendo sentimientos tristes o de temor; a menudo aparecían entonces esas acciones faciales que no lograban realizar cuando se lo proponían. También un mentiroso puede conocer y emplear la técnica de Stanislavski, cuyo caso no habría signos de una ejecución falsa, ya que en cierto sentido no lo sería. En la emoción falsa del mentiroso aparecerían movilizados los músculos faciales fidedignos porque, en efecto, él estaría experimentando de hecho tal emoción. Cuando los sentimientos se recrean merced a la técnica de Stanislavski, la línea demarcatoria entre lo falso y lo verdadero se desdibuja. Peor aún es el caso del mentiroso que logra engañarse a sí mismo llegando a pensar que su mentira es verdad. Estos mentirosos son indetectables. Sólo es posible atrapar a los mentirosos que, cuando mienten, saben que mienten.

Hasta ahora he descrito tres modos en que pueden autodelatarse los sentimientos ocultos: las microexpresiones; lo que puede verse antes de un movimiento abortado; y lo que queda presente en el rostro después de haber fracasado en el esfuerzo por inhibir la acción de los músculos faciales fidedignos. Mucha gente cree en una cuarta fuente transmisora de sentimientos ocultos: los ojos. Se dicen que son “el espejo del alma” y que pueden revelar los sentimientos genuinos más íntimos. La antropóloga Margaret Mead citó a un profesor soviético que discrepaba con esta opinión general: “Antes de la revolución solíamos decir que los ojos eran el espejo del alma. Pero ellos pueden mentir... ¡y cómo! Con los ojos usted puede expresar la más devota atención sin que, en realidad, esté prestando ninguna. Puede expresar serenidad o sorpresa”. Esta divergencia en cuanto a la fidelidad de los ojos puede resolverse discriminando cinco fuentes de información en ellos. Sólo tres de las cuales, como veremos, suministran autodelaciones o indicios del engaño.

En primer lugar están las variaciones en el aspecto que presenta el ojo producidas por los músculos que rodean el globo ocular. Estos músculos modifican la forma de los párpados, la cantidad del blanco del ojo y del iris que se ve, y la impresión general que se obtiene al mirar la zona de los ojos. pero como ya dijimos, la acción de estos músculos no ofrece indicios fidedignos del engaño, ya que es relativamente sencillo mover los de forma voluntaria e inhibir su acción. No es mucho lo que se delatará, salvo como parte de una microexpresión o de una expresión abortada.

La segunda fuente de información ocular es la dirección de la mirada. La mirada se aparta en una serie de emociones: baja con la tristeza, baja o mira a lo lejos con la vergüenza o la culpa, y mira a lo lejos con la repulsión. No obstante, es probable que un mentiroso, por culpable que se sienta, no aparte la vista demasiado, ya que los mentirosos saben perfectamente que todo el mundo confía en detectarlos de esta manera. El profesor soviético citado por Margaret Mead comentaba lo sencillo que es controlar la dirección de la propia mirada. Sorprendentemente, la gente sigue siendo engañada por mentirosos lo bastante hábiles como para no desviar la vista: “Una de las cosas que llevaron a Patricia Gardner a sentirse atraída por Giovanni Vigliotto, el hombre que llegó a casarse tal vez con un centenar de mujeres, fue ese ‘rasgo de sinceridad’ consistente en mirarla directamente a los ojos, según declaró ella ayer en su testimonio [en el proceso que le inició a Vigliotto por bigamia]”.

La tercera, cuarta y quinta fuentes de información de la zona de los ojos son más prometedoras como signos de autodelación o indicios del engaño. El parpadeo puede ser voluntario, pero también se produce como una reacción involuntaria, que aumenta cuando el sujeto siente una emoción. Asimismo, en un individuo emocionado se dilatan las pupilas, aunque no existe una vía que permita optar por esta variante voluntariamente. La dilatación de la pupila es producida por el sistema nervioso autónomo, el mismo que da lugar a las alteraciones en la salivación, la respiración y el sudor ya mencionadas, así como a otros cambios faciales que se mencionarán luego. Si bien un parpadeo más intenso y la dilatación de las pupilas indican que el individuo está movido emocionalmente, no revelan de qué emoción se trata. Pueden ser signos de excitación entusiasta, rabia o temor. Sólo son autodelatores válidos cuando la manifestación de una emoción cualquiera trasluciría que alguien miente, y el cazador de mentiras puede desechar la posibilidad de estar ante el temor de un inocente a ser juzgado erróneamente.

Las lágrimas, que son la quinta y última fuente de información de la zona ocular, también son producidas por el sistema nervioso autónomo; pero ellas sólo son signos de algunas emociones, no de todas. Se presentan cuando hay tristeza, desazón, alivio, ciertas formas de goce y risa incontrolada.

Pueden delatar tristeza o desazón si los demás signos permanecen ocultos, aunque mi presunción es que en tal caso también las cejas mostrarían la emoción y el individuo, una vez que le aflorasen las lágrimas, rápidamente reconocería cuál es el sentimiento que está ocultando. Las lágrimas de risa no se filtrarán si la risa misma ha sido sofocada.

El SNA provoca otros cambios visibles en el rostro: el rubor, el empalidecimiento y el sudor, todos los cuales son difíciles de ocultar, como sucede con los demás cambios corporales y faciales que provienen del SNA. No se sabe con certeza si el sudor, lo mismo que el aumento del parpadeo y la dilatación de las pupilas, es un signo de que se ha despertado una emoción cual quiera, o en lugar de ello es específico de una o dos emociones,

Sobre el rubor y el empalidecimiento poco y nada se sabe. Se supone que el rubor es un signo de turbación o de embarazo, que también se presenta cuando hay vergüenza y quizá culpa. Se dice que es más corriente en las mujeres que en los hombres, aunque se ignora por qué. El rubor podría delatar que el mentiroso se siente turbado o avergonzado por lo que oculta, o podría ocurrir que ocultase la turbación misma. El rostro también se pone rojo de rabia, y nadie sabría distinguir este enrojecimiento del rubor propiamente dicho; presumible- mente, ambos implican la dilatación de los vasos sanguíneos periféricos de la piel, pero el enrojecimiento de la ira y el rubor de la cohibición o la vergüenza podrían ser distintos ya sea en intensidad, zonas del rostro afectadas o duración. Mi presunción es que la cara enrojece de ira sólo cuando ésta ha quedado fuera de control, o cuando el sujeto trata de controlar una rabia que está a punto de explotar. En tal caso, habitualmente habrá en el rostro o la voz otras pruebas de la ira, y el cazador de mentiras no tendrá que confiar en la coloración de la cara para discernir esta emoción. Si la ira está más controlada, el rostro puede empalidecer o ponerse blanco, como también ocurre cuando se siente miedo. El empalidecimiento puede aparecer incluso cuando la mímica de esta emoción ha sido perfectamente disimulada. Curiosamente, muy poco se han estudiado las lágrimas, el rubor, el enrojecimiento o el empalidecimiento respecto de la expresión u ocultamiento de determinadas emociones. (Volver al Indice)

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