11.- NO HAY INDICIOS SEGUROS

NO HAY INDICIOS SEGUROS
Ambos errores provienen de soslayar las diferencias existentes en la expresividad emocional de los individuos. El cazador de mentiras será propenso a caer en errores si no conoce la conducta emocional habitual del sospechoso.

No existe ningún indicio del engaño que sea válido para todos los seres humanos pero los diferentes indicios, ya sea en forma individual o combinados, pueden ayudar a evaluar a la mayor parte de los sujetos.

A ningún adulto hay que enseñarle el vocabulario de los emblemas: todos saben cuáles de ellos son puestos de manifiesto por los integrantes de su propia cultura. Lo que sí necesitan saber muchos adultos es que los emblemas pueden producirse como deslices. Si los cazadores de mentiras no están alerta ante esta posibilidad, dichos deslices emblemáticos les pasarán inadvertidos porque son fragmentarios o porque se ejecutan fuera de la posición de presentación.

Otro tipo de movimiento corporal que puede ofrecer pistas sobre el embuste son las ilustraciones. A menudo se confunden las ilustraciones con los emblemas, pero importa distinguirlos porque estas dos clases de movimientos corporales pueden alterarse en sentidos opuestos cuando se miente: los deslices emblemáticos aumentarán, mientras que las ilustraciones normalmente disminuirán.

Se las llama así porque ilustran o ejemplifican lo que se dice. Hay muchos modos de hacerlo: enfatizar una palabra o una frase, como si se la acentuara al enunciarla o si se la subrayara al escribirla, seguir el curso del pensamiento con la mano en el aire, como si se estuviera dibujando en el espacio o se quisiera repetir o amplificar con una acción lo que se está diciendo. Habitualmente las ilustraciones se realizan con las manos, aunque también participan, para dar énfasis, las cejas y los párpados superiores... y todo el tronco o hasta el cuerpo entero puede aportar algo.

Las ilustraciones se utilizan para explicar mejor ciertas ideas que no pueden transmitirse fácilmente con palabras. Comprobamos que era más probable que un sujeto ilustrase lo que decía cuando le pedíamos que nos definiera una trayectoria en zigzag que cuando le pedíamos que nos definiera una silla; también era más probable que lo hiciera si le pedíamos que nos indicara cómo llegar hasta la oficina de correo más próximo, que si le pedíamos que nos explicara el motivo de su elección vocacional. Las ilustraciones se emplean, además, cuando alguien no encuentra una palabra. Chasquear los dedos o alzar la mano como para alcanzar algo en el aire parecen ser acciones que ayudan en estos casos, como si la palabra buscada flotase por encima del individuo’ y éste pudiera capturarla con ese movimiento. Estas ilustraciones de búsqueda de palabras le comunican al menos al otro individuo que su interlocutor no ha cesado esa búsqueda ni le ha cedido el uso de la palabra. Quizá las ilustraciones cumplan un papel de autoalimentación, ayudando a reunir los términos en un discurso coherente y razonable. A medida que nos sentimos más comprometidos con lo que estamos diciendo, más lo ilustramos; y tendemos a ilustrar más de lo acostumbrado cuando estamos furiosos, horrorizados, muy agitados, angustiados o entusiasmados.

Si un mentiroso no ha preparado su plan de antemano tendrá que obrar con cautela, considerando cuidadosamente cada palabra antes de decirla. Los engañadores que no han ensayado previamente y tienen poca práctica en una mentira en particular, o los que no prevén qué se les preguntará ni en qué momento, muestran una menor cantidad de ilustraciones. Pero aun cuando el mentiroso haya elaborado y ensayado bien su estrategia, sus ilustraciones pueden disminuir a causa de la interferencia de alguna emoción. Ciertas emociones, en especial el temor, obstaculizan la coherencia del discurso. La carga que significa controlar casi cualquier emoción fuerte distrae el proceso propio de enhebrar una a una las palabras. Si la emoción tiene que ocultarse y no sólo controlarse, y si es intensa, es probable que aun el mejor preparado de los mentirosos tenga dificultades para hablar, y sus ilustraciones menguarán.

El cazador de mentiras debe ser más prudente en la interpretación de las ilustraciones que de los deslices emblemáticos. Ya dijimos que las primeras están afectadas por el error de Otelo y el riesgo de Brokaw; los segundos, no. Si un cazador de mentiras nota una disminución de las ilustraciones, lo lógico es que antes descarte cualquier otra razón (aparte de la mentira) por la cual un individuo puede querer escoger con cuidado sus palabras. Respecto de los deslices emblemáticos no hay tanta ambigüedad; el mensaje transmitido suele ser lo suficientemente diferenciado como para poder interpretarlo fácilmente. Tampoco es necesario conocer de antemano al sospechoso para interpretar un desliz emblemático, ya que en y por sí misma la acción tiene sentido; en cambio, como los individuos varían enormemente entre sí en cuanto a su índice normal de ilustraciones empleadas, no puede emitirse juicio si no existe un patrón de comparación. Para interpretar las ilustraciones, como la mayoría de los otros índices de engaño, es n tener cierto trato previo con loe “ilustradores”. Es difícil descubrir un engaño en un primer encuentro: los deslices emblemáticos ofrecen una de las pocas posibilidades que existen para ello.

Debemos ahora abordar un tercer tipo de movimiento corporal, las manipulaciones, para alertar a los cazadores de mentiras que no caigan en el error de considerarlos signos de engaño. Hemos visto a menudo que ciertos descubridores de mentiras juzgan equivocadamente a una persona honesta porque pone de manifiesto manipulaciones. Si bien las manipulaciones pueden ser un signo de perturbación, no siempre lo son. Un aumento en la actividad manipuladora no es en absoluto una señal confiable de que hay engaño, aunque la gente suele creerlo.

Llamamos “manipulaciones” a todos aquellos movimientos en los que una parte del cuerpo masajea, frota, rasca, agarra, pincha, estruja, acomoda o manipula de algún otro modo a otra parte del cuerpo. Las manipulaciones pueden ser de muy corta duración o extenderse durante varios minutos. Las más breves parecen dotadas de algún propósito: ordenarse el cabello, sacarse una suciedad o un tapón de cera de dentro de la oreja, rascarse algún lugar del cuerpo. Otras, en especial las que duran mucho, no parecen tener finalidad alguna: enrollar y desenrollar infinitamente un haz de cabellos, frotarse un dedo contra el otro, dar golpes rítmicos con el pie contra el piso en forma indefinida. La mano es la manipuladora típica; pero puede ser receptora de la manipulación, como cualquier otra zona del cuerpo. Los receptores más comunes son el pelo, las orejas, la nariz, la entrepierna. Las acciones manipuladoras pueden también llevarlas a cabo una parte del rostro actuando contra otra (lengua contra mejilla, dientes que muerden leve mente el labio) o una pierna contra otra pierna. Hay objetos que pueden formar parte del acto manipulador: fósforos, lápices, un sujetapapeles, un cigarrillo.

Aunque a la mayoría de las personas se les enseñó al educarlas que no tenían que realizar en público estas acciones propias del cuarto de baño, lo cierto es que no aprendieron a detenerlas; sólo dejaron de darse cuenta de que las hacían. No es que sean del todo inconscientes de sus manipulaciones: cuando nos apercibimos de que alguien está observando una de \ nuestras acciones manipuladoras, de inmediato la interrumpimos, la moderamos o la disimulamos. A menudo encubrimos hábilmente con un ademán más amplio otro fugaz, aunque ni siquiera esta elaborada estrategia para ocultar una manipulación se hace muy a conciencia. Las manipulaciones están en el borde de lo consciente. La mayoría de las personas no pueden dejar de practicarlas durante mucho tiempo por más que lo intenten. Se han acostumbrado a manipularse.(Volver al Indice)

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