Cronicas de una reunion de Apoderados

Siempre me ha gustado hacer el ejercicio de observar lo cotidiano como si fuese un objeto extraño, curioso y nuevo:
Hoy me tocó asistir a una reunión de apoderados de mi hija postiza, quien al contrario de mis hijos quienes van a un colegio subvencionado desconocido, pequeñito y acogedor, asiste a un gran y prestigioso liceo fiscal.
Había evitado las reuniones durante todo el año como a la peste, pero estando ya a fines de Agosto se me agotaron las excusas.
Armándome de valor partí y aprendí unas valiosas – y tristes - lecciones.

El valor me duró muy poco. Creo que no más de cinco minutos. Sin embargo aprendí lecciones de gran importancia para mi situación de apoderada en un liceo fiscal. Deseo compartirlas con Uds. lectores, sospechar de ellas, discutirlas y ver si de estas lecciones individuales y singulares a mi experiencia podemos problematizar el oficio de ser apoderado … porque tiene todas las características de un oficio complejo e interesante. No crea Ud. estimado lector que pasará 13 años de apoderado sin aprender unas cuantas cosas bien curiosas.
Lo primero que llamó mi atención fue que debimos esperar a que nos abrieran la sala y a que llegara la profesora; no había nada que indicara que éramos esperados, menos aún bienvenidos.

Luego mi interés se fijo en la distribución de la sala: Absolutamente tradicional, los padres y apoderados sentados en filas como si fueran alumnos y la profesora dirigiendo la reunión desde la tarima.
Todo dispuesto para una clase de estilo frontal, de esas en que sólo puedes ver la nuca de quien está delante de ti y a la docente con su pizarrón. Empiezo a sospechar de la estructura de poder y relaciones que me tocara vivir en las próximas horas.
En el pizarrón, aparece escrita la tabla:
Básicamente informaciones varias – que bien podrían darse por escrito – y un espacio para la directiva del curso al final. Curiosamente no se incluye la posibilidad de un “otros” o como quiera llamarse la ocasión de plantear situaciones por parte de los apoderados.
Todo empieza con un sermón quejumbroso respecto de lo irresponsable que son los padres que no asisten a estas reuniones. Esto es explicado por la profesora como desinterés por sus hijos, falta de compromiso con el liceo y, tal vez, el evitar pagar las cuotas del curso.

Me sorprende la pedagogización del vínculo paterno y materno, reducido este al cumplimiento de las demandas que el colegio hace de los apoderados: En este contexto, una buena madre es una apoderada cumplidora de todo lo requerido por la institución escolar. Da la impresión que no cabe pensar a los padres con independencia de su rol de apoderados. ¿No es muy raro eso?
Me llama la atención la falta total de autocrítica institucional. Si las reuniones son fundamentales como asegura la profesora, ¿Recoge el liceo datos que permitan explicar el ausentismo a estas reuniones? – Se me ocurre preguntar en voz alta sin levantar la mano y – craso error – tuteando a la profesora. (¿Cuándo aprenderé a cerrar mi bocaza?). Inmediatamente soy reprendida severamente por interrumpir y por faltarle el respeto a la profesora: Ella es la Sra. XX – me informa – y no tolerará que se le trate de otro modo. De paso, me comunica muy rápidamente, que no hay estudios que analicen la percepción de los apoderados sobre las reuniones.
Es curioso, observo que los apoderados se tutean entre sí. La relación con la profesora sin embargo es jerárquica y muy formal, como si estos fueran sus estudiantes. Pido disculpas por haberla ofendido al tratarla por su nombre de pila y sugiero que demos por superado el impasse. Se me informa secamente que ella dirá cuando la discusión esté zanjada.
Paciencia.

Finalmente continua el sermón y la queja, se nos informa que a los apoderados que no cumplan con la asistencia se les mandará a llamar desde inspectoría general. (Creo que me esperan largas horas interiorizándome de la decoración de la inspectoria).
En estos primeros cinco minutos he aprendido mi primera lección: Olvídate que alguna vez fuiste adulto¸ maduro y útil a la sociedad¸ si quieres ser apoderado acepta ser infantilizado por la institución escolar. Esto va a la par por una regla no escrita en las escuelas:
Hay que enseñarle a los padres, pues no saben ser buenos padres; esto es equivalente a convertirles en apoderados responsables y comprometidos (firmar agendas, asistir a TODO lo que se le ocurra al colegio, acusar recibo de circulares, atender el stand de la kermesse e inscribirse como tesorera, acto culmine de altruismo parental).

Sigue la reunión, se nos informa que la recuperación de clases tras el paro ha terminado exitosamente por parte de los docentes pero con casi un 50% de inasistencias por parte de los alumnos, quienes han sido muy irresponsables al no asistir los días sábados (igual que sus padres). Planteo, levantando la mano esta vez, que es importante
evaluar la experiencia y ver por que faltaron tantos estudiantes. Por la
información que yo tengo, los alumnos vieron muchos videos y varios docentes no asistieron esos días. Mi comentario es descartado de plano en tono ofendido: Yo no puedo opinar pues no estuve allí, se me dice con firmeza y se me recuerda que mi opinión se basa sólo en los comentarios de otros, (curiosamente, los otros son sus alumnos, snuestros hijos, su “estar” allí no se valida como argumento). Dado que mi condición de apoderada no basta, le digo que sí, que mi opinión puede ser subjetiva pero se sustenta en mi calidad de Dra (a) en Ciencias de la Educación y en años de experiencia en el tema, desde allí instalo mi preocupación. Rápidamente la docente me hace saber que es profesora de estado. Lo que me parece excelente y muy digno. Yo también soy profesora. Pero el tema no es ese, no son los grados ni los títulos, sino la invitación a
que podamos hablar como pares para analizar una situación importante que afectó al curso.

Gracias a Dios, recordé a tiempo la lección 1: Actúe como niñita buena. Rápidamente le pedí disculpas unas 10 veces en público por haber opinado, escuché cuan impertinente soy sin contestar y acepté las miradas indignadas de algunos padres que – más expertos que yo – sabían que esto alargaba la reunión al infinito.

El cuestionamiento de aspectos pedagógicos por las apoderadas es percibido por la institución escolar como una intromisión en el terreno profesional y por tanto, una amenaza. El dialogo y análisis profundo sobre las prácticas pedagógicas del liceo brilló por su ausencia. Tengo la impresión que, en muchas comunidades educativas, los docentes no están
acostumbrados a contrargumentar pedagógicamente más allá de las normas y
costumbres instaladas en ellas . Además, algunos de los docentes perciben los cuestionamientos críticos como amenazas a su dignidad profesional, y es lo que te hacen saber… muchas veces olvidando convenientemente de dar el contraargumento fundado respecto de lo que se ha criticado.
Esto me lleva, en diez minutos, a la segunda lección del día: Cierra la boca, muérdete la lengua hasta que sangre si es necesario, pero nunca critiques la educación ofrecida por tu colegio. Esta regla es la otra cara de una regla no escrita de algunos pocos profesores: Ante el cuestionamiento, no respondas, oféndete.
Reconozco que soy polvorita, y nada me irrita más que perder el tiempo, ya llevaba diez minutos y soñaba con arrancarme de allí. Pensé en mis hijos chicos que no había visto desde la mañana. Pensé en la exposición que debía realizar mañana, del mail que debía de enviar pronto. Pensé en mi cama calientita mientras tiritaba de frio y, sobre todo, pensé en un café –ojalá con malicia- que me permitiera resistir esta
reunión de apoderados hasta el final.
Habiendo aprendido que debo comportarme como apoderada/niña procedí a cerrar bien la boca. Temo que fue tarde: caí en la peor de las categorías existentes de un colegio, la apoderada conflictiva. Si caes en eso, ya no tienes salvación. [Algún día le dedicaremos una columna a ese tema]
Por el momento les contaré como intenté neutralizar los daños que mi bocaza había generado. Hice lo que todo alumno sabe desde tiempos inmemoriales: esconderse tras el pelo y evitar contacto visual con el profesor.
No hablé más y escuche la siguiente joya de eficiencia en la gestión educativa: “Desde la municipalidad nos enviaron esta encuesta, no sabemos para qué es, ni quienes la necesitan, ni cuál es su finalidad. Deben contestarla de inmediato para que la tabulemos mañana” (sic). Como obediente apoderada/niña contesté el instrumento. Perdimos 10 minutos leyendo en voz alta la encuesta que nadie sabía para qué era. Una mamá me susurra cómplice: soy profesora también y me cargan las reuniones de padres, son pura pérdida de tiempo.
Me quedó un sabor amargo.
Por un lado está la “orden” de “arriba” que “baja” por la cadena de mando hasta el último eslabón “el apoderado”; revela mucho de las condiciones en que trabajan los docentes y profesoras en los liceos municipales: tratados no como profesionales sino como obreros de la educación. Muchas veces deben aplicar cosas pensadas por otros y ni siquiera se les explica para qué. Son infantilizados en su trato con
la institución en una cultura laboral autoritaria. El comentario de esa madre profesora me lo confirma: ella “sufre” las reuniones como organizadora y como asistente. Sin embargo, se siguen llevando a cabo con lógicas similares en muchos colegios de Chile.
Eso me lleva a la tercera lección, y una que me duele profundamente, son muchos los profesores que reproducen la
violencia del sistema escolar de la que ellos también son víctimas, lo hacen con las personas a su cargo, alumnos y apoderados. Los profesores han sido lentamente proletarizados y despojados de su lugar como profesionales autónomos al interior de la institución escolar. Ellos también son víctimas de un sistema autoritario, burocrático y jerárquico, obsoleto que les infantiliza y les calla, señalando como molesta y conflictiva a aquella profesora que es crítica y busca generar cambio; premiando aquellos dedicados a reproducir la estructura obediente y acríticamente.
Llevamos mucho rato. La silla de palo es dura e incómoda. Ya no hay mucho que mirar de la nuca de quien se sienta enfrente. Las lecciones anteriores me hacen callar y actuar como niña dócil. La docente finalmente me da pena. He comprendido que reproduce con nosotros la violencia de la que ella es víctima.
Pero viene algo que se lee interesante: Orientación. ¡Al fin hablaremos del grupo curso! Se nos explica que nuestros jóvenes enfrentan en tercero medio decisiones de tipo vocacional.
Se nos da un documento al respecto que podremos leer en la casa. Se habla mucho de la importancia de que el curso no sea desordenado. Trato de entender que significa ordenado, logro desentrañar que el orden es algo muy relevante para esta institución: las agresiones, faltas de respetos, problemas afectivos e interpersonales, clima de aula se significan desde el “orden” o “desorden”.
Es interesante esto del desorden pues son problema en tanto afectan el
rendimiento de los estudiantes, no por una preocupación por su efecto en los jóvenes ni como un problema de formación ética o ciudadana. Curioso es esto, pues el orden aparece como el valor máximo expresado durante toda la reunión, el orden permite mantener el statu quo, seguir reproduciendo las prácticas sin temor a críticas. El orden es el discurso de los sistemas totalitarios para mantenerse en el poder y asegurar el control de los ciudadanos.
Algunos padres, con estrategias discursivas bastante hábiles, plantean algunos problemas formativos y pedagógicos (Nota para mí: tomar curso con ellos, son los reyes de la comunicación eficaz en escuelas autoritarias), lo hace delicadamente, con mucho rodeo y con cuidado de que la profesora no se ofenda. No logran más de dos o tres minutos de conversación respecto al tema.
Es la hora de la directiva, rápidamente la discusión se torna en un asunto de cuotas, deudas impagas, cobros de rifas, turnos de stands. Nuevamente la queja/sermón culpabilizando a quienes no participan de malos padres, no comprometidos con sus hijos. Vienen algunos comentarios sobre el viaje de estudio, más discusión de platas. Los mismos papás anteriores plantean con cuidado y magistralmente, la necesidad de convertir la experiencia del viaje en algo formativo. La mitad de la reunión se fue en esta discusión.
La única discusión sobre pedagogía que llegó a un buen puerto fue la de estos dos padres, que aprendieron el oficio de apoderado, y saben hablar con el suficiente tono de humildad no amenazante tan útil para ser escuchados en el liceo. Nadie más, ni los 33 apoderados que estábamos presentes ni la profesora, fuimos capaces de discutir sobre la educación y formación de los estudiantes de los que somos responsables.
Eso me lleva a la última lección que aprendí hoy: Si te piden participar, arranca. La participación de apoderados en la escuela suele arrinconarse estratégicamente por parte de la institución escolar, en decisiones menores: rifas, bingos, juntar fondos y organizar paseos. La regla no escrita en un liceo respecto de la participación de apoderados es: Qué junten plata y vengan a nuestras reuniones, más que eso estorban. Es una ilusión de participación que permite a la escuela mantener a los apoderados lo más lejos posible de la discusión crítica, productiva y democrática sobre los fines de la educación y las estrategias que la escuela utiliza para lograrlo. Me recuerda a mi hijo chico: en días fríos lo hago elegir entre su chaleco azul o el rojo. El queda feliz por que escogió el color, cuando finalmente la que se salió con la suya fui yo, pues el niño se pone chaleco. Lo triste es que no hemos hablado de chalecos, ni guaguas. Sino de adultos responsables de la educación de sus niños y niñas, victimas de infantilización y autoritarismo por parte de sus liceos y escuelas.
Yo, tras dos horas saqué una foto bastante interesante de la cultura escolar de ese liceo en particular. ¿Cómo es el suyo?, ¿Qué lecciones ha aprendido Ud. como apoderado?, ¿Esta experiencia particular que viví hoy tiene capacidad de explicar lo que ocurre en otros establecimientos? ¿Qué ocurre con los colegios pagados, subvencionados o religiosos, rurales o urbanos?

Por Andrea Precht Gandarillas

1 comentario:

  1. Señora Andrea, es jueves 28 de noviembre, estoy de paso pos Santiago de Chile, estaba preparando mi reunión de apoderados del Liceo de Quintero y me invitó con su reflexiones que usted llamó "las lecciones que aprendió". Creo que un profesor jefe debe seguir un protocolo de reunión a partir de, primero los saludos y vivencias de las apoderadas. Una reunión se desarrolla en sillas distribuidas en círculo y, yo, al menos llevo un tema, (un texto por madres) que hemos visto con los chicos. Generalmente, se llevan el compromiso de comentar en familia.
    No hablo de bajas calificaciones, para eso están las entervistas. Menciono los logros de ellos, aunque sean pequeñitos logros.
    atte profesor Gómez. e-mail: agomezq33@hotmail.com

    ResponderBorrar