EDUCAR A LOS HIJOS SIN CULPAS

La frase “los padres perfectos no existen” se escucha, cada vez, con más regularidad entre las generaciones jóvenes de padres, pero ello no necesariamente ha implicado mayor tranquilidad o confianza en los mismos.

La tradición, la sociedad, las costumbres no sólo han trasmitido la idea de que los padres son los responsables de la protección, salud y educación de sus hijos, sino que –y pareciera más en estos tiempos- que son responsables de garantizarles su felicidad y su éxito.

La psicóloga Isabelle Filliozat sale al frente de esto, recordando que los hijos perfectos no existen y por lo tanto, por más que los padres se esfuercen en ello, no conseguirán ese objetivo, lo que alivia bastante la presión a la paternidad.

Experta en relacione filiales, en su libro “Los padres perfectos no existen” de editorial Urano abre la mirada sobre una serie de conductas que los padres no observan y que de hacer conscientes pueden ayudar en la construcción de una buena relación con los hijos.

La autora de “Te odio, te quiero” afirma que a los padres “no les resulta fácil hacer frente a la culpabilidad cuando no se siguen las prescripciones de moda” así como que la idea de que en el pasado todas las cosas eran mejores depende de la ilusión que construye cada uno.

La especialista aborda una serie de conductas que los padres no tienen consciente y que de racionalizar, podrían asumir con menos culpa y esfuerzo el camino de la crianza.

Tendencia a la dramatización: cuando las cosas se tratan de los hijos, todo parece alcanzar otra dimensión y así como se puede tender a minimizar las cosas, también se puede sobreestimarlas. Es decir, se puede estar dispuestos a disculpar las travesuras de los niños ajenos, pero no se acepta las que hagan los propios. En otras palabras, con los otros las reacciones son más prudentes y se pierde la proporción con los propios.

Los padres son diferentes a las madres: es bueno tenerlo presente. Los hombres reaccionan diferente –a juicio de ellas, de manera menos sensible- frente a los actos de los hijos, pero ello no es porque sean menos sensibles, sino porque conocen menos a sus hijos.

La imagen personal: y el peso de la culpa hace que los padres, en público, sientan que todo se complica. Al sentirse observados, bajo juicio de otros, los padres tienden a actuar de un modo que incluso puede caer en la injusticia. El modo cómo los otros nos ven nos puede llevar a actuar sin discernimiento.

Asimismo, la culpa a ser considerados malos padres puede llevarlos a hacer innumerables sacrificios que sólo valen para engendrar un rencor más o menos inconsciente hacia nuestros hijos.

Reacciones impulsivas: ciertas acciones de los hijos hacen que los padres reaccionen de forma rápida, cuestión que es vista por los mismos como actos espontáneos, pero la verdad es que son automáticos y tienen relación con un reflejo adquirido. Hay que tener presente esto para que el impulso no se transforme en compulsión, sobre todo cuando se trata de golpes físicos sobre los niños.

Isabelle Filliozat asegura que “la compulsión a humillar, desvalorizar, juzgar y golpear es una proyección sobre nuestro hijo de los arrebatos de cólera que reprimimos en nuestra infancia. A nuestra cólera original hay que sumar la tensión, la frustración y la humillación de no haber podido manifestarla”:

Desvalorizaciones: los insultos a los hijos son ‘bofetadas’ emocionales y probablemente la historia personal haga creer a los padres que la violencia verbal no tiene importancia, pero es un hecho que sus consecuencias se darán en el tiempo.

“Desvalorizar es ejercer el poder sobre el otro, pero sobre todo intentar ejercer el poder sobre las heridas de la propia historia”, dice la experta.

Descontrol de los golpes: aunque los golpes puedan dar lugar a una modificación del comportamiento del niño en el corto plazo, la mayoría de las veces son inútiles y es un hecho que los padres cansados, irritables y deprimidos recurren más al castigo físico.

Niño que llevan la contraria: los padres tienden a interpretar las protestas de los hijos como algo dirigidos a ellos, en vez de ver que son manifestaciones de necesidades del hijo. Y reaccionan con autoritarismo, cuestión que empeora las cosas. Pasa lo mismo con las conductas que son leídas como caprichosos o antojos, cuestión que tiene explicaciones profundas y cuyo origen saldrán a la luz tarde o temprano.

Miércoles 3 de Marzo de 2010
María José Errázuriz L.
EMOL

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