RODRIGO FRESAN: EL FONDO DEL CIELO

El fondo del cielo’ se inició hace dos años como un tentativo ‘Tsunami’, allá por la muerte de Kurt Vonnegut (referencia omnipresente y siempre agradecida por Fresán), y concluyó, con varias páginas menos, coincidiendo con la muerte de J. G. Ballard (también referenciado y agradecido). Me pregunto si, cuando dentro de unos años, se publique la segunda edición ésta habrá sido aumentada y re-explorada, como ya es habitual en el argentino.

Las primeras palabras con las que el autor concluye el libro son las que deben preceder todo comentario sobre ‘El fondo del cielo’:

Ésta no es una novela ‘de’ ciencia ficción. Ésta –ésta fue y ésta será- es una novela ‘con’ ciencia-ficción.
Con lo cual, a pesar de ciertos elementos que nos remiten a ese género al que Fresán afirma haber llegado temprano como lector y del que “no se irá hasta el final”, de ningún modo estamos ante una obra de ciencia-ficción, sino ante una que nace en ese universo, se nutre de él de principio a fin y lo evoca continuamente. De hecho el factor tiempo en ‘El fondo del cielo’ mira más hacia el pasado que hacia el futuro.

La sinopsis de la contraportada no nos revela mucho de la trama, es más, ni siquiera nos esboza un comienzo al que aferrarnos. Así debe ser. Esto que me inquietó en un principio (inercia tonta de querer saber lo que hay en la caja antes de abrirla) se convirtió en un acierto a la mitad de la lectura. Más tarde encontré unas palabras de Fresán en donde se refería precisamente a ello:

Cuando me pedían que contara el argumento pensaba: ‘si lo cuento va a parecer una estupidez absoluta, una cosa completamente incomprensible’. Es una novela que, para saber de qué va, hay que leerla. Me gustan mucho los libros huérfanos, los libros que no se sabe de dónde vienen y que probablemente no tengan descendencia.
Puedo decir que en ‘El fondo del cielo’ están Isaac Goldman y Ezra Leventhal, la chica rara y Jefferson Franklin Washington Darlingskill, ‘Evasión’ y un paisaje con nieve. Voces en primera persona, reflexiones futurísticas, recuerdos congelados, olvidos, un buen catálogo de finales del mundo (varios de ellos “íntimos y domésticos”), un manual del joven viajero espacial, un lugar llamado Urkh 24 (también conocido como Aquel-Lugar-Donde-Se-Dejan-Oír-Las-Melodías-Más-Desconsoladas) y, ah, el amor. Esto es gran parte de lo que encontramos en la novela, que para quien todavía no ha pasado de los créditos es como no decir nada. Pues sintiéndolo mucho (o más bien poco), para llegar al fondo del cielo hay que partir justo de ahí, de la nada.

Me gusta pensar en ‘El fondo del cielo’ como en un conjunto de mensajes simultáneamente emitidos, como una trama que sólo quiere ser una sucesión de momentos maravillosos contemplados al mismo tiempo.
En Fresán, lo reconozco sin duda alguna, me importa mil veces más el cómo que el qué. No porque ese qué sea irrelevante (que se lo digan a ‘Historia argentina’), sino porque el cómo es tan increíblemente abrumador, tan natural en el baile de ideas y lenguaje, que es lo que me conduce página a página. Y en ese hilo rescato lo que dice Fresán que dijo John Cheever (otro referenciado y agradecido): Yo no trabajo con tramas. Yo trabajo con la intuición, la aprensión, los sueños, los conceptos.

Así que ‘El fondo del cielo’ es algo tan inaprensible como los dos términos contenidos en el título. Es difícil definir el fondo y es difícil definir el cielo (ya ni comentemos si ambos van juntos); quizás por ello resultan tan tentadores, bellos e insólitos. Lo que Fresán ha escrito es una novela extrañamente hermosa y hermosamente extraña. Las dos cosas al mismo tiempo y en el mismo espacio.

Magaly Urcaray

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