La disciplina escolar ayuda a crear un clima ordenado y seguro para el aprendizaje

José Joaquín Brunner acaba de publicar en El Mercurio -y en su blog, por cierto- un interesante artículo sobre el tema de la disciplina escolar. Concuerdo con sus palabras porque he visto cómo se ha relajado la disciplina en los colegios, producto de algunas razones a las que me referiré luego de presentar el texto publicado por mi amigo José Joaquín, aunque para facilitar mis comentarios posteriores, voy a numerar los párrafos:
1. El sistema educacional chileno confunde disciplina con autoritarismo, lo que termina por inhibir el ejercicio legítimo de la autoridad.
2. Las reiteradas y ambiguas declaraciones de los principales dirigentes del gremio de profesores para justificar conductas agresivas de algunos estudiantes -en sus escuelas, las calles de la ciudad o en encuentros con autoridades educaciones- obligan a reflexionar sobre un tópico que suele incomodar; cual es, el de la disciplina escolar.

3. Es un hecho, sin embargo, que decenas de cuidadosos estudios sobre escuelas efectivas -es decir, aquellas en que los alumnos aprenden al máximo de sus posibilidades- muestran que uno de los factores explicativos de su efectividad es la existencia de un clima escolar positivo. Esto es, dichas escuelas crean un entorno ordenado y seguro para la convivencia y el desarrollo de las actividades docentes y de aprendizaje. De hecho, según reflejan las encuestas, los padres valoran altamente la disciplina escolar al momento de elegir un colegio para sus hijos. Es normal que así sea. En efecto, un establecimiento donde su director y profesores se ven continuamente sobrepasados por los alumnos, donde las normas de convivencia fallan y prevalece una atmósfera irregular, impredecible, no genera las condiciones para enseñar y aprender.
4. Al contrario, para cumplir sus cometidos, la sala de clase y la escuela necesitan proveer a los alumnos de una estructura funcional, con una definida división del trabajo y claras líneas de autoridad; rutinas y secuencias bien organizadas; un código de conductas preferidas, permitidas y prohibidas; derechos y deberes formalmente estatuidos y respetados en la práctica; en fin, un orden moral que promueva la autodisciplina y sancione las conductas disruptivas.
5. Como consecuencia, la escuela debe disponer de un conjunto de reglas y procedimientos -aceptados por todos los miembros de la comunidad escolar como parte de su proyecto educativo- para hacer frente a las conductas contrarias a la convivencia, como la agresión a los profesores, el hurto entre compañeros, el uso de lenguaje obsceno, el acoso verbal o físico, la destrucción de bienes físicos del establecimiento, la inasistencia a clases o su interrupción por comportamientos perturbadores, etc.
6. Ante esta realidad, suelen manifestarse dos posiciones de signo opuesto, ambas nocivas para la creación de un clima escolar positivo. Por un lado, aquella que identifica el orden moral de la escuela con el ejercicio de una “mano dura” y la imposición de sanciones. Por el otro, aquella que equipara la convivencia reglada y sujeta a una jerarquía de roles con prácticas autoritarias y contrarias a la libertad de los alumnos. La primera conduce a un orden rígido, asfixiante, donde prevalece el conformismo. La segunda, a una ausencia de estructura y normas, donde “todo vale”. En ambas situaciones se crea un entorno escolar adverso para el aprendizaje y la formación de personas autónomas y responsables.
7. En nuestro sistema educacional, el riesgo mayor proviene hoy de la segunda posición; aquella que al confundir disciplina con autoritarismo, e inhibirse del ejercicio legítimo de la autoridad, renuncia a crear el clima escolar adecuado para el aprendizaje. En estas circunstancias, los profesores socavan su rol profesional y los estudiantes son perjudicados.

El interesante artículo publicado por Brunner entrega varias luces sobre lo que pasa con la disciplina en nuestros colegios y ello, por cierto, incide en la violencia escolar de la que tanto hemos hablado en estas páginas.
Vamos por parte:
1. En efecto, el uso legítimo de la autoridad está inhibido en muchos colegios y ello es porque se han ido sistemáticamente dando señales de que la autoridad escolar debe consensuar con los alumnos algunas normas básicas, lo que de por sí no está mal, pero cuando estos últimos solo buscan hacer valer sus derechos, olvidando sus deberes y la autoridad no se atreve a hacer uso de sus atribuciones, por ser políticamente incorrecto, estamos en un lío del que cuesta salir.
2. Los referentes del Colegio de Profesores, lamentablemente personas que no buscan levantar el nivel profesional de la profesión docente. Hoy los profesores colegiados son cada vez menos y, de entre ellos, quienes están de acuerdo con los dirigentes son muy pocos. Todos hemos visto como se comportan más como sindicato que como colegio profesional y como defienden privilegios que claramente le hacen daño a la educación, como el Estatuto Docente, clave de varios de los problemas de calidad que nos afectan. La negativa a evaluarse es, simplemente, una sinvergüenzura sin nombre.
3. Plenamente de acuerdo con este punto, así lo demustran, además, los sistemas educativos eficientes a nivel mundial, como Finlandia, Corea o Japón, por ejemplo. Quienes consideramos importantes las enseñanzas espirituales de desarrollo personal, la disciplina, severa y permanente, es la única vía para perfeccionarse.
4. No puede haber ninguna estructura funcional sin autoridad ni disciplina. Al respecto, en todo caso, creo firmemente que la autoridad de un docente emana de su calidad profesional y de su trabajo en aula, pero la disciplina, el esfuerzo constante, la templanza del espíritu, en definitiva, son la única receta para el éxito en cuanlquier disciplina.
5. Todos los colegios tienen un Reglamento de Convivencia Escolar (de hecho, ya no se les puede llamar reglamento de disciplina, como antaño, porque hasta la palabra “disciplina” resulta incómoda), pero doy testimonio que los padres, al inscribir un alumno, no lo leen y, por cierto, los alumnos pueden pasar años sin conocerlo a cabalidad, aunque esté íntegro en la libreta de comunicaciones.
6. En efecto, ambas visiones nocivas son parte de la incomprensión de la compleja realidad del mundo moderno. El docente debe adquirir su autoridad antes sus alumnos en la medida en es capaz de demostrar que tiene herramientas para dirigir una clase, ahora que el conocimiento está por todas partes. Aquellos docentes que no planifican, que no incentivan y que siguen usando metodologías arcaicas, por cierto, carecen de autoridad y la carencia de ella es fatal en el proceso de enseñanza aprendizaje.
7. No pueden los docentes renunciar a la autoridad que deben tener para encauzar a sus alumnos, pero no pueden tampoco pretender que sin un esfuerzo propio por mejorar sus prácticas docentes y estar a la altura de una educación moderna, sus alumnos les concederán con benevolencia 90 minutos de silencio y atención. El docente debe ser un líder en su clase y en ello va, por cierto, también involucrada la calidad de la educación que entrega.
Finalmente, quiero recordar una vieja máxima que aprendí de una de mis maestras espirituales: Viola van de Wyngard, quien solía decir: “firmeza, pero sin dureza” y eso es lo que intento hacer en mis clases.
Es un tema sobre el que habrá que volver.


Enviado por Benedicto González Vargas

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